Aunque no nos guste pensar en ello, todo aquello que nos pertenece, desde un conjunto patrimonial hasta nuestros pensamientos y voluntades, pasará un día a ser asunto de otras personas. La importancia de dejar redactado un testamento radica, precisamente, en la escasa dificultad que conlleva hacerlo y la cantidad de agravios que puede ahorrar a nuestros allegados.

El testamento es tan solo un documento por el que uno determina el destino de todos o parte de sus bienes, derechos y obligaciones, para después de su muerte. Idóneo para garantizar que se cumplen las decisiones sobre el futuro de los bienes y derechos de una persona. Fallecer sin que conste por escrito la voluntad sobre estos asuntos puede suponer más de un quebradero de cabeza a los herederos, cuando realmente existen muy pocas limitaciones legales para disponer de nuestros propios bienes y últimas voluntades (lo puede hacer toda persona capaz mayor de 14 años).

La fórmula que conlleva una mayor garantía legal es el testamento ante notario. Un trámite senzillo mediante el cual el notario recoge la última voluntad del testador, la redacta según la normativa vigente para proceder posteriormente a su lectura y firma. No hace falta que los destinatarios conozcan la naturaleza o caractarísticas del mismo y, por supuesto, se trata de un acto personalísimo (nadie puede testar en nombre de otra persona) y revocable mediante la formulación de una nueva voluntad. Asimismo, es posible realizar un testamento de puño y letra, lo que se conoce como un testamento ológrafo. En tal caso el testador deberá redactarlo a mano, nunca a máquina, con boligrafo, sin tachaduras y con fecha y firma. Este testamento deberá ser protocolizado ante el Juez, que rubicará sus hojas y comprobará la identidad del testador mediante la presencia de testigos o las pruebas periciales pertinentes.

Algo que, al final, pueden agradecerte...